jueves, 16 de diciembre de 2010

Cruz de Mingo Molino

FLORENCIO MAÍLLO
Cruz de Mingo Molino
octubre 2008


[CL] Camino del agua. Ediciones de la Diputación de Salamanca. Julio 2008. 52 págs. I.S.B.N: 978-84-7797-305-8. “Florencio Maíllo: Cruz de Mingo Molino”, págs. 46-50.


En tu anterior obra escultórica In-memorial ubicada también en Mogarraz haces referencia al recuerdo como referente del presente. Ahora con Cruz de Mingo Molino subyace la idea de echar raíces, pero unas raíces que no se adentran en la tierra, en el ancestro simbólico, sino que quedan contenidas en un recipiente que nos remite a los arquetipos arquitectónicos de fortaleza inexpugnable. ¿Cómo afrontas la materialización de estas obras bajo la presión de la pertenencia al lugar?

Ambas intervenciones In-memorial y Cruz de Mingo Molino están estrechamente conectadas en sus contenidos simbólicos a la memoria del territorio.
In-memorial[1] es una intervención que surge tras el largo proceso de investigación que desarrollé a lo largo de los primeros años de la presente década, “Identidades”[2], centrado en el estudio del archivo fotográfico de Bienvenido Vega Rodríguez, cuyo corpus se puede leer, sobre todo, como un importante archivo de la emigración. En aquella ocasión la escultura nace con la intención, confesada, de recordar la génesis del despoblamiento sucedido en la Sierra de Francia, principalmente en los años sesenta y que se prolonga hasta nuestros días, y lo hace recogiendo en su seno, a modo de sima invertida las herramientas de labranza abandonadas por quienes desatendieron el campo en los últimos tiempos para buscar otros horizontes.
Por su lado, la actuación Cruz de Mingo Molino se centra en una de las consecuencias innegables de la emigración de la comarca en su conjunto, que no es otra que el advenimiento inexorable del derrumbamiento de los sistemas de producción tradicionales serranos. Procesos de cambio y transformación sociales que han contribuido directamente a la transfiguración del entorno urbano y fundamentalmente natural. Hoy se puede comprobar que a aquel paisaje domesticado, mantenido en pié hasta el comienzo de la gran emigración continental, nada le queda en su fisonomía de la primitiva labranza.    
La pertenencia al lugar hace que lo autobiográfico se convierta en el principal estímulo para la transferencia de los testimonios asociados a la pérdida, en definitiva a la memoria. Por tanto, la necesidad de trascender mediante la producción simbólica está mediatizada y orientada por el compromiso de quien ha sido testigo, en primera persona, de los cambios radicales de tan original escenario.


¿Cuáles son las estrategias conceptuales que empleas para que en tus obras discurran en paralelo la vivificación de la memoria y la propuesta formal contemporánea?

La intervención ha de estar en todo momento determinada por el diálogo con su entorno. Esto, de alguna manera, me obliga a la incorporación de elementos propios de ese mismo contexto. De modo que como sucede en la práctica totalidad de mis elaboraciones plásticas, sin ir más lejos, tal y como señalo en relación a las últimas producciones que integran la serie “Variaciones”[3], los elementos morfológicos son presentados en su dimensión material y formal articulando un desarrollo simbólico caracterizado por la inserción de realidad, que ubica sus raíces en el terreno de la búsqueda interior de los primeros testimonios vividos. Estos particulares materiales aprovechados vitalmente en otros tiempos, son aquí, a modo de vestigios, tras salvar la escombrera, elevados a categoría de documentos que procedentes del olvido y el anonimato, se proyectan hacia el futuro aludiendo a la frágil memoria del transfigurado territorio.
Profundizando en lo evidente, en los elementos que dan forma a la escultura Cruz de Mingo Molino, observamos la presencia de piedras, tierra, hierro y vegetación. La base está edificada sobre rocas graníticas en estado natural recordando los orígenes del paisaje serrano. Las piedras también son utilizadas, en este caso fragmentadas, para la concepción del recipiente, señalando retóricamente al entorno construido, compuesto por los característicos paredones que organizan las empinadas laderas para su labranza y enlazando con la idea que subyace en la totalidad de las actuaciones escultóricas en el Camino del agua. La pared se convierte en el elemento arquitectónico protagonista que ampara y retiene el agua de las siempre escasas y puntuales envestidas de las precipitaciones, impidiendo la erosión de la frágil cubierta arenisca y propiciando el cultivo, explicitado con el ciprés. El único elemento disfrazado empleado para la conformación de la obra es el hierro. El perfil manufacturado de hierro da forma radicalmente racional al contenedor, aludiendo a las herramientas que ancestralmente han sido forjadas para desenvolver los campos, y materializándose anecdóticamente en la propia escultura con la presencia de los azadones.
En definitiva, con este dolmen estoy reflexionando sobre el campo de lo tridimensional, sobre aquellos conceptos que han permanecido invariables en todo momento en mi obra pictórica, centrados en el vínculo del hombre con su entorno construido.


La ubicación de tu obra y el propio proceso de elaboración de la misma sirvieron para realizar alguna modificación en tu proyecto inicial. ¿Cuáles son las líneas discursivas de Cruz de Mingo Molino en función del espacio en el que está ubicada?

Debo subrayar en primer lugar que la intervención se ha realizado sobre una escombrera. Por tanto, el vertedero es el punto de partida y ello hace referencia a la memoria de la predestrucción, puesto que con anterioridad en este lugar existían paredones que conectaban con los que aún hoy podemos contemplar en sus alrededores.
El proyecto inicial fue concebido para el escenario del Pontón, en concreto, tomando como asiento para el alzamiento de los contenedores de tierra las propias rocas magmáticas talladas por el agua junto al cauce del río Milano. De modo que con la definitiva ubicación en el paraje denominado Cruz de Mingo Molino obviamente se realizaron importantes modificaciones. La primera, la dimensión de las piedras que configuran el soporte de la escultura, cuyo volumen, deseablemente mayor, estuvo condicionado decisivamente por los límites del camino de acceso y que tuve que resolver mediante concentraciones de rocas menores.
Quizá, respondiendo al arquetipo del entorno construido, la modificación más significativa que incorporé al perfil final de la escultura, determinada por mi continuada presencia a píe de obra en todo el proceso, sea la añadidura de la roca sobre el contenedor, y ello apuntando a dos cuestiones bien diferentes vinculadas con la memoria. Por un lado, la repetida presencia de grandes rocas naturales que se encuentran intercaladas por doquier entre los propios paredones y que nos retrotraen a un pasado antropológico diferente, que asociándolo a mi infancia visualizo en las Peñas Elviras, a las cuales nos encaramábamos de niños como si de grandes castillos se tratara. Estas constituyen un lugar mítico y están localizadas en las fincas que se hallan sobre el pueblo. Y, en otro sentido, para erigir el cobijo donde descansan las herramientas del ya lejano labriego, que nos habla acerca de un porvenir incontestable de retorno a lo primigenio, visiblemente comprensible, debido al avance del bosque tras el abandono de los cultivos. He de manifestar que este segundo motivo fue el determinante, puesto que en el proceso de vaciado de los profundos cimientos buscando el firme del suelo, apareció entre los escombros un legón enterrado que dio el sentido definitivo al tótem que estaba construyendo. 

La escultura Cruz de Mingo Molino se muestra como una alegoría de carácter funerario proyectada hacia el futuro, ya que la comarca se está convirtiendo con el devenir de las últimas décadas en un yacimiento arqueológico donde se evidencian indicios de arcaicas formas de vida que contrastan con las actuales. Y la propia escultura es el paradigma de su entorno, ya que con el paso del tiempo el árbol en ella plantado, elegido por sus propias connotaciones transcendentales, será quien convierta en ruina su receptáculo para adentrarse en otro concepto de territorio.


Mogarraz, 25 de marzo de 2008



Mogarraz, 25 de abril de 2008



Mogarraz, 11 de mayo de 2008



Mogarraz, 16 de noviembre de 2008



Mogarraz, 22 de marzo de 2009


[1] Rodríguez de la Flor, Fernando, In-memorial. Edita Restaurante Mirasierra, Mogarraz, Salamanca, 2006.
[2] Maíllo Cascón, Florencio, Identidades (Tesis doctoral, IDENTIDADES PERDIDAS. Edición electrónica, documentación, catálogo, y estudio del archivo fotográfico de D. Bienvenido Vega. Sierra de Francia. Años 1962-1968).Salamanca, Edita Diputación de Salamanca, 2007.
[3] Maíllo, Florencio, La escombrera y el raudal de la memoria. Catálogo de la Exposición Variaciones, Sala Arroyo de Santo Domingo, Salamanca, 2008.








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